¿Recuerdas? Historia de dos Gatherings




Antes que los cimientos de este mundo existieran, cuando navegábamos libremente por la corriente del Espíritu Santo, cuando éramos dioses sin saberlo, cuando sólo fluíamos, sin juicios, dando sin mirar a quien, recibiendo sin darnos cuenta, sin siquiera distinguir que existían otros, fundidos en un colosal océano, bailando la dulce danza de la inconciencia.
Fue entonces que recibimos el primer llamado, fue entonces que ocurrió el primer Gathering.
Fuimos convocados a dar un gigantesco paso evolutivo, fuimos invitados a elevar nuestro nivel de conciencia, para elegir y ser capaces de crecer.
Fue entonces cuando recibimos el precioso obsequio del libre albedrío, lo que nos daba el poder de decidir.
Fue entonces cuando aprendimos que podíamos crear dimensiones para poder distinguir el camino del crecimiento.
La primera dimensión que creamos fue la dimensión ética, la dimensión de lo bueno y de lo malo.
Fue un colosal acontecimiento pues al ser capaces de distinguir lo bueno de lo malo, seríamos capaces de elegir lo bueno y no lo malo, entonces podríamos efectivamente evolucionar. Habíamos aprendido a juzgar.
La tarea de juzgar, no obstante, requería de nuevas dimensiones a las cuales poder juzgar.
La segunda dimensión que creamos fue la dimensión del tiempo, la dimensión del pasado y del futuro.
Como ya sabíamos juzgar, sólo era cuestión de decidir cuándo era bueno y cuándo, malo, sin embargo, no pudimos. Faltaban elementos. Era necesario crear nuevas dimensiones.
Fue entonces cuando se inició el tiempo y los cimientos de este mundo fueron fundados.
Creamos tres nuevas dimensiones, el alto, el ancho y la profundidad, dando lugar al espacio.
Ahora podíamos juzgar dónde era bueno y dónde, malo, sin embargo, una vez más descubrimos que no era suficiente pues mañana allá, no era necesariamente bueno y ayer acá tampoco era necesariamente malo.
Nacieron entonces la dimensión de la materia, con lo que podríamos llenar o dejar vacío el espacio, la dimensión de la luz, que permitiría ver o no la materia y la dimensión estética, que nos permitiría distinguir lo bello de lo feo.
Para nuestro asombro aprendimos que las dimensiones no eran sólo dos opciones, sino infinitas, pues algo, en un lugar, con cierta iluminación y en cierto momento, era bello para algunos, feo para otros y con infinidad de valores intermedios.
Fue entonces cuando descubrimos que además de necesitar nuevas dimensiones, habíamos comenzado a discrepar y tomamos conciencia que éramos distintos. Nos habíamos separado.
La gama de alternativas se volvió alarmante. Sin desearlo, aparecieron formas, colores, rocas, arena, agua, aire, animales, aves e infinitos etcéteras. Sin darnos cuenta, habíamos creado dimensiones infinitas. Inconcientemente y sin siquiera percatarnos, habíamos creado además, simultáneamente, la dimensión de la vida y de la muerte y la dimensión del miedo.
Fue terrorífico descubrir que podíamos morir.
El pavor se apoderó de muchos, en infinidad de formas y cada cual lo expresaba distinto. Era imprescindible hacer algo al respecto.
Una corriente fría nos rodeaba y recorría, muchos estábamos inmovilizados, en tanto que otros desarrollaron ira y culpaban a quienes les rodeaban.
Nuevas e insondables dimensiones aparecían a nuestro alrededor, sólo aparecían. Habíamos dejado de crear, sólo éramos capaces de reaccionar y aquello creaba por sí mismo.
Pero ¿qué era aquello? ¿qué era eso que creaba por sí mismo?
Era el miedo. El miedo había cobrado vida.
En medio de este caos y sin darnos cuenta, separados y sólo reaccionando, creamos espontáneamente un guardián, cada cual hizo el suyo, a su medida. Habíamos creado al Ego.
Con el afán de protegernos de la incertidumbre, de la muerte, del miedo, habíamos creado seres que nos protegerían y capaces de adoptar diversas formas, capaces de imitar facetas de aquellos que lucían con menos miedo.
El Ego consumía enormes cantidades de energía y nos brindaba seguridad, ocultando el miedo de nuestra conciencia y asumiendo en definitiva nuestro poder.
Dejamos de crear y nuestro Ego reaccionaba por nosotros.
El miedo no desapareció, simplemente se retiró al reino de la inconciencia, lugar que nos esforzamos por no mirar.
De tanto evitar aquel lugar, la mayoría llegó a creer que no existía.
Aquel lugar, si bien mantuvo alejado al miedo, no logró evitar que éste, con vida propia, transmutara y adoptara toda clase de formas.
Con estos disfraces, el miedo se manifestó en el reino de la conciencia y como ya no éramos capaces de reconocerlo, le dimos toda clase de nombres. Cada manifestación era algo distinto, con nombre distinto y por supuesto, lo único coincidente era que no se trataba de miedo.
Como todas estas manifestaciones nos causaban mucho daño, debíamos hacer algo al respecto y nuestros egos decidieron llamarlas enfermedades y comenzaron a combatirlas.
La lucha era desigual y la vida se llenó de gran sufrimiento y lentamente todos enfermamos y comenzamos a morir.
Gradualmente la cantidad de energía que nuestros egos necesitaban para defendernos de las enfermedades aumentaban y aumentaban, hasta que, una vez más, sin darnos cuenta, nos dormimos en ese flujo, ya no del Espíritu Santo, sino de nuestros Egos y nos transformamos en simples baterías inconcientes que alimentaban a aquellos seres que nos defendían.
El tiempo, más real que nunca, nos hizo olvidar y todos nos entregamos a esa dinámica y poco a poco llegamos a confundirnos con nuestros egos y olvidamos, y olvidamos, y olvidamos.
Cuando alguno de nosotros, tras morir, regresaba a la fuente y recordaba y se llenaba de energías, tras nacer, volvía con una gran luz que dejaba al descubierto aquello que habitaba en el reino de la inconciencia, aquello de lo cual nuestros egos nos defendían y sin que nos diéramos cuenta, pues dormíamos, nuestros egos se encargaban de apagar aquellas luces y dormir a los recién llegados.
Hubo algunos valientes que lucharon y mantuvieron sus luces encendidas por más tiempo, pero nuestros guardianes se ensañaron y los crucificaron y todo lo que dijeron para ayudarnos a recordar, se encargaron de cambiarlo por ritos repetitivos que sólo nos dormían más y más.
Fue entonces cuando ocurrió el segundo llamado, cuando se produjo el segundo Gathering.
Sin importar cuán dormidos, cada uno de nosotros comenzó a despertar, sin importar cuál estrategia adoptaran nuestros Egos, comenzamos a notar que no éramos ellos, comenzamos a descubrir que éramos seres independientes de nuestros Egos.
Sin darnos cuenta, a cada campanada universal, nuestros corazones se volvían a encender y continuábamos despertando y brindando menos energía a nuestros Egos quienes comenzaron a morir.
No obstante, nuestra propia luz comenzó a descubrir todo aquello que habíamos dejado de ver, incluso aquel reino olvidado en donde habitaba algo que sin recordarlo, no nos gustaba.
Nuestros Egos contraatacaron en una desesperada batalla por su propia supervivencia e intentaron alejarnos de aquello que volvíamos a ver y comenzábamos a recordar.
Fue entonces cuando aquella bestia oculta en aquel reino olvidado, en un acto desesperado, se lanzó en feroz ataque.
Inicialmente actuaron en conjunto y los cimientos mismos de este mundo se remecieron, creando toda clase de nuevas enfermedades, lastimándonos a nosotros y a todo lo que nos rodeaba.
Nuestros grandes temores se volvieron realidad y todo indicaba que nuestros Egos recuperan el control, pero de lo más profundo del Universo las campanadas continuaron resonando y haciendo vibrar todas las dimensiones.
Nuestros corazones siguieron despertando y poco a poco, cada uno de nosotros, nos vimos enfrentados a la Bestia, nuestra propia luz nos hizo verla a los ojos, hasta que comenzamos a recordar, y a recordar, y a recordar, y cuando todo parecía perdido, cuando todo parecía en nuestra contra, cuando la carencia y las enfermedades nos tenían acorralados, cuando parecía que la Bestia nos devoraría, entonces, sólo entonces, pudimos descubrir que la Bestia titubeaba y para nuestra enorme sorpresa, retrocedía, para finalmente lanzarse en violenta matanza contra nuestros Egos, quienes sucumbieron, traicionados, uno a uno.
Finalmente, recordamos que la Bestia no era Bestia, sino nuestro propio miedo y la luz, nuestra propia e intensa luz, alumbró profunda e intensamente aquel reino que habíamos dejado de observar, y sin lugar para ocultarse, la bestia sucumbió ante la luz, sucumbió ante nuestra poderosa conciencia.
Y recordamos cómo habíamos creado todo eso, y recordamos que podíamos crear, y recordamos nuestra búsqueda, y recordamos cuando comenzamos a juzgar, y recordamos cuándo nos separamos, y fue entonces cuando nos re-unimos, y fue entonces cuando el segundo llamamiento se completó, fue entonces cuando el segundo Gathering fue alcanzado.
Tras esta re-unión universal, nos sintonizamos nuevamente con la corriente del Espíritu Santo, nuevamente comenzamos a fluir, nuevamente comenzamos a servir como un colosal océano y aunque rápidamente alcanzamos un bello y perfecto ritmo, la danza ya no era dulce, algo había cambiado, había algo que hacía más grande al Ser, había algo que le daba más equilibrio, más armonía a este andar, era la Conciencia, ahora sabíamos lo que hacíamos y lo hacíamos porque deseábamos y lo disfrutábamos. Habíamos evolucionado, el Universo entero había crecido.

Mauricio Onetto




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